Drácula no tiene quién le escriba (al menos en Rumanía)


Realmente, como siempre hacemos los fotógrafos, incluso los que solo somos simples aspirantes, te he mentido. Sobra gente que le haya escrito a Drácula, o más bien al mito vampírico en sí. Desde el icono literario creado por el irlandés Bram Stoker, hasta las andanzas de los “vampiros de Berskha” de Crespúsculo, ríos y ríos de tinta se han ocupado del “chupa-sangre” desde distintas ópticas y con distinta fortuna.

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“Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae”. Letrero que da la bienvenida a la localidad de Bran.

A Drácula también se le ha filmado mucho. Es probablemente en el cine donde el vampiro de Rumanía ha alcanzado todo su esplendor mediático, instalándose en el imaginario colectivo como mito terrorífico, sociológico, o incluso romántico. Las más antiguas versiones protagonizadas por Bela Lugosi o por Max Schreck, los Drácula de la Hammer del eterno Christopher Lee, la revisión del clásico de la mano de Francis Ford Coppola, o los niños vampiros de la sueca Let me in son piezas cinéfilas que todo amante del séptimo arte y, por ende, de la fotografía, no debe dejar de ver una y otra vez (sobre todo esa obra maestra del expresionismo alemán que es el Nosferatu de Murnau).

A Drácula también se le ha cantado y no tenemos que irnos muy lejos para encontrar ejemplos de ello. Andrés Pajares (sí,  también cultivó una faceta de cantante) dibujó otra aproximación al vampiro, en este caso más pendiente de ser un moderno que de asustar o morder cuellos.

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Anochecer en el Paso de Tihuta, lugar donde Bram Stoker ubicó el Castillo del Conde Drácula

Realmente, Drácula no tiene quién le escriba, ni quién le filme, ni quién le cante, al menos en Rumanía. El país de los Cárpatos se debate en un conflicto sobre el significado real del personaje. Por un lado está la figura histórica que teóricamente inspiró a la literaria, Vlad Tepes «El Empalador», héroe nacional y símbolo de la dignidad y fortaleza rumana, gran guerrero que fue capaz de mantener al todopoderoso ejército turco a raya y al mismo tiempo someter a la nobleza boyarda y sajona.

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Busto de Vlad «El Empalador» personaje histórico en el que se cree que Bram Stoker se inspiró para su Conde Drácula

Por otro lado está el mito inspirado en dicho personaje y creado por Bram Stoker. Aunque el escritor irlandés nunca estuvo en Rumanía, encontró en esa región, una de las más antiguas y desconocidas de Europa, los límites de la civilización victoriana, el punto de encuentro entre Occidente y Oriente, lugar de conflicto permanente.

Su cultura popular, las leyendas sobre los “strigoi”, su orografía y el halo supuestamente sádico y oscuro que recorría a «El Empalador», conformaban el caldo de cultivo perfecto para los propósitos del escritor irlandés. Había nacido el personaje. Con el tiempo y el cine, el mito. Y para Rumanía en general y Transilvania en particular, la etiqueta.

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Pues sí, esto se supone que es un empalamiento y sí, impresiona

Esta controversia presenta para Rumanía un dilema que no es asunto baladí y que se traduce en la coexistencia de una doble vertiente a la hora de abordar el personaje. Drácula proporcionó al país de los Cárpatos un gran escaparate turístico, un anzuelo con un potencial de captación superlativo, pero que en la práctica dio lugar a una cierta explotación turística pragmática alrededor del mito vampírico en forma de souvenir barato, experiencias surrealistas, tontunas y falsificaciones históricas varias. Un turismo que hace, sin querer, de lo “kitsch” elemento de referencia y que bien podría tener el videoclip de Pajares como elemento promocional.

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Turistas en el Castillo de Bran. El castillo donde Drácula ni está, ni se le espera.

Ejemplos de este cariz sobran. Un castillo de Drácula, el de Bran, en el que el verdadero Vlad Tepes es más que probable nunca haya estado, y que se encuentra rodeado de toda clase de parafernalia vampírica en forma de recordatorio. Un castillo de Drácula, que en realidad es un hotel, ubicado en el Paso de Tihuta, lugar donde Bram Stoker situó la fortaleza de su personaje y, donde lo más terrorífico que te vas a encontrar, es el olor a friegasuelos de su recepción, su ambiente desangelado y a Alejandro Sanz sonando en el hilo musical durante el desayuno. Y un pequeño pueblo, Sighisioara,  perla medieval anclada en el tiempo y lugar de origen de Tepes, donde su casa natal se ha convertido en un restaurante en el que, por un módico precio, puedes visitar la habitación de Drácula y tratar de sobrevivir a la experiencia aterradora (por surrealista) que allí te espera cuando un supuesto Conde trata de asustarte con un simple uh más cargado de resignación que de intenciones atemorizantes.

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Hotel «Castle Drácula», con una decoración inspirada en las películas de la Hammer de los 70.

Sin embargo, aquí está el problema, ya que ningún país estaría complacido de ver a uno de sus héroes nacionales representado como un ser vampírico terrorífico y mucho menos como símbolo de su nacionalidad de cara al exterior. El “turismo de Drácula” corría el peligro de propagar una concepción de Transilvania como lugar siniestro y atrasado, en desacuerdo con la imagen de Rumanía de sí misma como un estado moderno, en desarrollo e industrializado y esa etiqueta es arrastrada por todo el país con cierto aire de resignación, cuando no de negación directa. La idea de un turismo basado en lo “sobrenatural” ya estaba en desacuerdo con el ideario del comunismo científico donde las creencias supersticiosas eran parte de un pasado que tenía que ser barrido, máxime si la visión de lo criticado venía desde el otro lado del Atlántico.

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Conde Drácula en su habitación de Sighisoara, después de una dura jornada asustando a incautos turistas.

El gobierno de Ceausescu desarrolló su propia línea propagandística separando y enfatizando al personaje histórico frente al literario y tolerando a regañadientes y sin fomentar el turismo que visitaba el país buscando al vampiro.

La cuestión no cambió excesivamente con la llegada de la democracia. A principios del siglo XXI la disparatada idea de construir un parque temático dedicado a Drácula, una suerte de “Draculandia”, fue doblemente descartada (primero en Sighisoara y luego en Snagov) rodeada de sospechas de fraude, corrupción y con la certeza del negativo impacto medioambiental que podría tener en ambas villas.

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Aspirante a Van Helsing haciendo el curso de formación

“Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae”. Con estas verbas recibía el Conde Drácula a Jonathan Harker en su castillo. Es probable que te decidas a visitar Rumanía alentado por el mito vampírico. Si es así, que sepas que la cálida y hospitalaria bienvenida del Conde hace honor a su país y a sus gentes, pero Drácula te habrá engañado una vez más. La felicidad que puedas dejar allí será una de las mejores inversiones viajeras de tu vida.

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«Lo siento, estamos buscando el tesoro de Vlad Tepes».

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