(Mis) 11 consejos de fotografía y viajes (I)
En junio de 1992, por carambolas del destino y el esfuerzo de mis padres, con solo 11 años de edad, estaba rumbo a la Expo Universal de Sevilla en la excursión de fin de curso de los de octavo de EGB. Era la primera vez que iba a dormir tan lejos de casa, la primera que iba a ver una Exposición Universal y la primera que tenía la responsabilidad de custodiar la cámara de fotos de la familia, una compacta de Kodak con un carrete de 24 exposiciones. Más emoción y responsabilidad en el cuerpo de un niño, imposible.
Por aquel entonces las fotografías costaban dinero y estaban predestinadas a ser tesoros custodiados en el álbum familiar. La bronca de mi madre, al volver del laboratorio y ver las fotos reveladas, fue histórica. De las 24 fotografías yo apenas salía en media docena. El resto eran de cosas que había visto en el viaje y que no tenían el más mínimo interés.
“En las fotos tienes que salir tú, que para eso vas. Para lo otro ya están las postales”. En esta frase se encierran dos máximas del mundo fotográfico viajero muy extendidas en la actualidad: no hagas fotos de postal, que eso es un cliché, y la fotografía como testimonio del “yo estuve allí”. Mi madre, visionaria de lo que hoy día es el mundo de la imagen en relación a la experiencia viajera.
Si bien existe algún extraño fenómeno biológico que hace que las madres en general, de una forma u otra, siempre tengan razón, también existe el mismo fenómeno inverso que lleva a un hijo a no seguir sus consejos. Con el tiempo seguí viajando, seguí fotografiando y seguí siendo partidario de estar más detrás que delante de cámara. También con el tiempo, a medida que viajaba y fotografiaba más y mi interés por ambos campos crecía, hasta el punto de dedicarle la práctica totalidad de mi tiempo libre, fui sistematizando una serie de parámetros que me han dotado de herramientas para resolver tesituras tanto en el plano fotográfico como viajero.
Seguramente sea arriesgado hacer un post, otro más, con consejos sobre fotografía y viajes, dos campos en los cuales ya todo está escrito, contado y, sobre todo, fotografiado, pero mi objetivo no es otro que poner a vuestra disposición dichos recursos por si pueden ser de interés.
Aviso a navegantes. Este listado no es un corpus cerrado, inamovible y categórico. Se trata simplemente de un código personal y, por tanto, subjetivo, de mi forma de abordar la experiencia fotográfica y viajera, de resolver algunas tesituras que van surgiendo por el camino. Pero en este viaje que os propongo se parte de la premisa de que no hay respuestas ciertas y que, tal y como Pep Bernadas, editor de Altair Magazine, sostiene, “el viaje (y yo añado la fotografía) es, ante todo, una máquina infinita de hacer preguntas”.
1.- Planificación vs improvisación
“No todos los que deambulan están perdidos”. J. R. R. Tolkien
Que no os cuenten milongas. Los viajeros tipo Indiana Jones o mienten, o están locos, o forman parte de un pasado en el que los realmente aventureros se lanzaban a descubrir el mundo sin más recursos que su valor y, muchas veces, la necesidad.
Todo viaje comienza mucho antes de que pongamos un pie en el destino elegido. Se empieza a disfrutar, a veces puede que incluso a sufrir, cuando hemos decidido a dónde queremos ir. Y todo viaje requiere, en mayor o en menor medida, un cierto ejercicio de planificación. Esta planificación será necesariamente mayor si el viaje es por algún tipo de encargo, con un objetivo específico en mente, o porque simplemente nos gusta viajar de una forma muy estructurada. Por el contrario, podrá ser mucho más laxa si, como seguramente sea nuestro caso, viajamos por puro placer.
Son infinitas las guías turísticas, los libros, los blogs, las herramientas informáticas y los tour-operadores, de los que podemos extraer datos que nos pueden ayudar en esta fase de planificación. Y no nos olvidemos del señor Google, ese oráculo de Delfos que todo lo sabe.
Nunca en la historia hemos tenido a nuestro alcance tal cantidad información, hasta el punto de ser inabarcable, para saciar nuestras ansias viajeras. A nosotros solo nos queda, nada menos y nada menos, que decidir el dónde y, sobre todo, el cómo. Y es en este punto donde os invito a la nada fácil tarea de diseñar vuestro viaje o, al menos, vuestra forma de viajar, y hacerlo desde una perspectiva personal e intransferible. Los recursos de información deben de ser una herramienta, nunca un fin en sí mismos.
En esa hoja de ruta más o menos elaborada siempre hay que tener en cuenta los requisitos burocráticos (ahora entendéis por qué la fase planificación puede conllevar “sufrimiento”). En función del lugar elegido puede que necesitemos un visado, algún permiso, o incluso una vacuna, y conviene hacer esos deberes antes de salir de casa para no llevar un disgusto a la puerta de nuestro destino. Pero tranquilidad, de nuevo siguen siendo múltiples las fuentes de información a las que recurrir. Conviene visitar la página web del Ministerio de Exteriores, donde encontrarás fichas por países con la información más importante en el plano burocrático, sanitario o de seguridad (este último apartado debes de saltártelo si eres muy pusilámine).
Las embajadas también son una fuente de información necesaria desde un punto de vista formal y suelen responder dudas de forma rápida y diligente. Dependiendo del destino, unas semanas antes de nuestro viaje, puede ser conveniente una visita a la consulta médica de viajes y enterarse sobre su situación sanitaria y si hay algún requisito a tener en cuenta en este sentido. Un seguro de viajes es siempre recomendable, por no decir obligatorio.
Sin embargo, en la fase de planificación, como fotógrafos, hay una pregunta que nos asalta siempre y necesitamos abordar: ¿qué equipo me llevo?. Y como buen gallego, la respuesta no puede ser otra más que… depende. También puedo estirar más el tópico si cabe ya que, en este caso, lo más correcto sería contestar con otra pregunta: ¿qué tipo de fotografías vas a hacer?. No es lo mismo ir a fotografiar París callejeando por sus avenidas, que ir a un safari en Kenia buscando animales salvajes, que viajar a Islandia para fotografiar cascadas y auroras boreales y, por tanto, el equipo que necesitaré no será el mismo en cada una de esas situaciones.
Igual que las características de un vehículo para moverse cotidianamente por el tráfico infernal de Madrid no deberían de ser las mismas que las de un vehículo para desplazarse por la montaña, nuestro equipo fotográfico debe de ser una herramienta que responda a nuestras necesidades fotográficas y viajeras, nunca a la inversa.
Los debates en torno a frases del tipo “la mejor cámara para” solo están bien para discutir con los amigos delante de unas cañas, o para llenar artículos y post con fines comerciales en la red. En la práctica, no existe una “mejor cámara para”, lo que sí tenemos que buscar son aquellas herramientas que de forma más eficiente se ajusten a nuestra filosofía de viaje.
No obstante, cuando estés preparando tu mochila y tu equipo, devanándote los sesos sobre qué llevar y qué no, conviene recordar una máxima que nos va a acompañar a lo largo de todos estos consejos y que constituye también toda una filosofía viajera y casi vital: menos es más. En tu mochila no debería de haber ni un solo artículo que no vayas a usar con cierta frecuencia en destino porque, seguramente, con esos gadgets solo conseguirás llevar un extra de peso contigo y viajar ligero es algo que tú, y sobre todo tu espalda, agradeceréis.
En esta fase de planificación, y también una vez en destino, el menos es más debería de ser también una vacuna para combatir lo que yo llamo el “síndrome del turista todista”. Ese viajero que quiere abarcarlo absolutamente todo, que salta de un sitio a otro sin apenas haber puesto un pie en ninguno, y que lleva una hoja de ruta más apretada que la agenda de un Primer Ministro.
De acuerdo que el tiempo es probablemente el recurso más limitado que tenemos y está bien que busquemos optimizarlo, pero si hay algo que se lleva particularmente mal con la fotografía y con una experiencia viajera genuina, eso son las prisas. Conviene visitar menos para disfrutar más. Tener la sensación, dentro de nuestras posibilidades, de que los destinos pasan por nosotros, en vez de nosotros por los destinos. Hay que pararse, disfrutar, relajarse, observar… moverse menos para ver (y fotografiar) más y mejor.
“Tuve la suerte de equivocarme y el error es la esencia del relato viajero”. Paul Theroux.
Pero la planificación no puede ser nunca un fin en sí misma. A veces las cosas no salen cómo pensábamos (las dichosas expectativas) y en esas situaciones conviene hacer de la necesidad virtud, no caer en la obsesión y dejarse llevar. Normalmente de esos casos surge lo inesperado, las anécdotas más significativas y aquello que hará de tu viaje algo personal y no una mera réplica de otra experiencia turística prefabricada.
La improvisación te puede venir dada por la pérdida de un transporte, una cancelación de última hora o las condiciones meteorológicas. En otras ocasiones, esa improvisación la puedes y debes buscar tú. Tino Soriano, fotógrafo de National Geographic, referente personal y una de las personas que más saben de fotografía y viajes en este país, dice que en muchas ocasiones la decisión más importante que toma en el día es cuando sale del hotel y tiene que decidir si dirige sus pasos hacia la izquierda o hacia la derecha.
Te invito a poner en práctica su consejo. Olvídate de guías, deberes turísticos, rutas trilladas y consejos de viaje obligatorios (incluídos los míos). Deambula, déjate llevar, piérdete y verás cómo lo inesperado sale a tu encuentro.
2.- La importancia de unos buenos zapatos
“La pieza más importante del equipo después de la cámara es un buen par de zapatos. Un escritor puede trabajar desde la habitación de un hotel, pero un fotógrafo tiene que estar allí, por lo que tiene que caminar mucho”. David Hurn.
Seguramente lo último que esperarías encontrarte en un post sobre fotografía y viajes sea un consejo que te habla de zapatos, o más bien de la importancia que un calzado adecuado va a tener en tu viaje y, por tanto, en tu fotografía. Pero caminar es la forma más antigua de desplazamiento, la más esencial y, sin duda, una de las más reveladoras. Constituye por tanto, la esencia viajera pura y la mejor herramienta para (auto) explorar un territorio.
Las jornadas de un viajero, más aún si está interesado en el plano fotográfico, suelen ser maratonianas y pueden empezar muy temprano por la mañana y acabar unas horas después de que se haya puesto el sol. Entre un momento y otro, seguramente haya muchas horas de pie y unos cuantos kilómetros marcados en la suela de sus zapatos, con cual, la comodidad que éstos nos ofrezcan, se convierte en un soporte esencial, más incluso a veces que el de la propia cámara de fotos. La agilidad y comodidad física nos facilitan la agilidad mental y ambas son una base, pero por desgracia no una garantía, que nos ayudarán a fotografiar más y, sobre todo, mejor.
3.- Hacia una gramática de la imagen
“El alfabeto no es lo importante. Lo importante es lo que estás escribiendo, lo que estás expresando. Lo mismo ocurre con la fotografía”. André Kertész.
Hemos decidido que nos vamos de viaje. Hemos hecho los deberes y, de una forma más planificada o más laxa, estamos en destino. Tenemos un buen calzado y queremos que la fotografía sea la herramienta a través de la cual vamos a contar, o al menos intentarlo, nuestra experiencia viajera.
Todo lenguaje, y la fotografía seguramente pueda ser entendido como tal, tiene unas bases, unas premisas, a partir de las cuales el proceso de comunicación y, por tanto, un discurso, puede ser construido. Igual que las letras forman palabras y, a partir de la concatenación de éstas, se pueden desarrollar ideas y ensayos, con la fotografía, salvando las distancias, sucede algo similar. Toda imagen tiene una gramática que viene definida por una serie de elementos básicos que podríamos reducir a tres: composición, luz y color (o ausencia de). Cómo juguemos con estas herramientas, cómo las combinemos, va a definir nuestro estilo como fotógrafos.
Nada más lejos de mi intención que profundizar sobre estas tres áreas de las que todo está ya contado y explicado. En la red y en las librerías abundan brillantes compendios en los que profundizar desde un punto de vista ortodoxo en cada una de estas esferas. Pero al igual que una receta no se puede elaborar sin ingredientes, no podemos pasar por alto cómo esos tres elementos, mejor dicho, cómo la combinación que llevemos a cabo de ellos, puede ser determinante en las fotografías a través de las cuales vamos a contar nuestro viaje.
“Consultar las reglas de composición antes de hacer una fotografía es como consultar la Ley de la gravedad antes de salir a caminar”. Edward Weston.
Cuando hablamos de composición en fotografía estamos hablando de qué muestro en el encuadre de mi toma y, sobre todo, de cómo lo muestro. Más específicamente de cómo ordeno las cosas que salen en mi imagen para ayudar al espectador a leerla e interpretarla, para conducirlo en el mensaje que estoy tratando de hacerle llegar.
No seré yo quién le lleve la contraria al maestro Edward Weston, pero se han escrito bibliografías enteras intentando explicar o estructurar bajo qué reglas puede funcionar la composición fotográfica. Estudiar, pero sobre todo practicar, la regla de los tercios, los puntos de fuga, las simetrías, la repetición de patrones, los principios de la Gestalt, los marcos naturales, el espacio negativo y positivo, las formas geométricas etc pueden ser un buen punto de partida sobre el que establecer una base sólida a partir de la cual ir creciendo.
Cada uno de estos puntos puede abrir una cantidad infinita de caminos que te invito a explorar, pero conviene tener una brújula que nos permita dar algunos pasos con mayor probabilidad de que sean certeros, sobre todo si estamos en nuestros inicios como fotógrafos viajeros.
En este sentido, el menos es más, es un principio aplicable también en términos compositivos. El caos suele ser el enemigo natural de la composición, por lo que las imágenes simples, limpias, con pocos elementos en el encuadre, suelen ser más fáciles de interpretar para el espectador.
En contrapartida, en aquellas situaciones más complejas y con multitud de estímulos (los mercados callejeros son un buen ejemplo), el truco puede estar en tratar de ordenar los elementos en tu fotografía, buscando llenar el encuadre de modo que haya un sitio para cada cosa y que cada cosa esté en su sitio, evitando superposiciones y desequilibrios.
Y no olvides nunca que tan importante es lo que muestras en tu fotografía, como lo que dejas fuera. Tú decides el qué y, sobre todo, el cómo. En este sentido te invito a tratar de ir más allá de lo obvio en tus composiciones, a sugerir más que a explicitar y a ser original, lo cual siempre es un plus que el espectador valorará. Prueba, juega y, sobre todo, diviértete.
Seguro que la primera vez que nos pusimos a los mandos de un coche para conducirlo, nos abrumamos con la cantidad de mecanismos y estímulos a gestionar. Con el tiempo, a base de practicar, llegamos a interiorizar y automatizar todo el proceso de conducción sin estar analizándolo conginitivamente de modo continuo. Pues con la fotografía sucede algo similar.
A medida que practicamos y practicamos el proceso de composición, así como cualquier otro ámbito del proceso fotográfico de los que vamos a ver aquí, iremos automatizando nuestra forma de proceder con la cámara, hasta el punto de que vamos a sacar fotografías de un modo casi intuitivo pensando más en el qué que en el cómo. Es aquí cuando la frase de Weston cobra sentido y es aquí cuando conviene recordar que las reglas de la composición están para romperlas, pero solo cuando lo haces desde el conocimiento y la intencionalidad.
“Estoy siempre persiguiendo la luz. La luz convierte en mágico lo ordinario”. Trent Parke.
Que fotografiar es escribir o pintar con luz es una de esas frases cursis a la que todos hemos recurrido alguna vez, pero como ocurre con todo lo que se convierte en tópico o cliché, encierra una cierta verdad y, en este caso, la luz es un elemento capital para entender el proceso fotográfico.
De sobra es sabido que los fotógrafos de viaje somos una especie extraña que suele perderse por los sitios que pretenden fotografiar a horas intempestivas, muy temprano por la mañana, cuando ni siquiera han salido los primeros rayos de sol, o bien estirando lo más posible el atardecer, buscando en uno y en otro caso, que se den esas condiciones de luz “idóneas”.
Salir a fotografiar con las primeras luces del alba, o buscar un buen punto desde donde aprovechar la incidencia de los últimos rayos de luz de la tarde, es cierto que puede presentar una serie de premisas indiscutibles, aparentemente ventajosas. Fuera de un plano estrictamente fotográfico los lugares suelen estar menos concurridos, lo cual siempre es un plus, especialmente si visitamos lugares muy masificados. Levantarte muy temprano por la mañana quizás es la única opción que tendrás para visitar con cierta tranquilidad determinadas zonas de mucho destinos, antes de que las hordas de turistas lo invadan literalmente todo.
Adicionalmente y, volviendo a nuestro interés como fotógrafos, la luz a esas horas tiende a ser más suave, menos dura, proyectando sombras que van a modelar lo que fotografiamos, generando así más profundidad y más volumen. Añádese a lo anterior la riqueza de tonos de color que nos podemos encontrar y vamos acumulando ingredientes que, a nada que agitemos en la cocktelera, pueden dar un buen resultado, más todavía si hablamos de fotografía de paisaje. La hora azul y la hora dorada, esa suerte de Santo Grial que perseguimos como condición indispensable para firmar una buena imagen. O al menos así nos lo han explicado. Pero… ¿es esto siempre cierto? La respuesta no puede ser otra, como te puedes imaginar, más que… depende.
No existen unas condiciones ideales de luz, o, al menos, no de forma infalible y universal. Lo que sí existen son unas condiciones de luz que presentan unas características específicas que pueden (y deben) ser lo más coherentes que sea posible con el mensaje que trato de transmitir con mis imágenes.
Lejos de lo que marca la ortodoxia dominante, las luces duras de las horas centrales del día pueden ser un magnífico recurso narrativo a nuestro servicio que no tenemos por qué descartar. Productos cinematográficos com Breaking Bad o el inicio de París, Texas no se entienden sin esa característica luz dura que tan específicamente define la situación de sus personajes.
En lugares como Grecia, Afganistán ó México, grandes fotográfos como Cartier Bresson, Emilio Morenatti ó Ansel Adams, han sabido poner a su servicio esa luz “teóricamente” no tan buena firmando fotografías espléndidas. Una vez más, las herramientas y recursos deben estar al servicio del mensaje. Y definir el qué de ese mensaje y, sobre todo, el cómo, has de aportarlo tú.
Pero la importancia de la luz como elemento primordial en nuestras fotografías y nuestros viajes no se agota únicamente en el debate entre luz suave y luz dura. Nuestra posición como fotógrafos en relación a la fuente de luz que usemos en nuestras fotografías, que hablando de viajes en un 99% de las veces será la luz del sol, va a ser determinante también en el resultado final de nuestras tomas.
Una fotografía con luz lateral bañando al sujeto fotografiado va a generar tomas en la que la relación entre luces y sombras tiende a modelar las formas, creando sensación de volumen, de profundidad y ayudando a una mayor apariencia tridimensional en nuestras imágenes.
Por el contrario, si ubicamos el sol a nuestra espalda, su luz va a ensalzar los colores del objeto fotografiado, alimentando en gran medida su riqueza sin necesidad de realizar ajustes posteriores en el post-procesado. En contrapartida las imágenes pueden ser más planas y debemos de tener cuidado de que, si no es nuestra intención, nuestra sombra no se proyecte en la fotografía.
¿Cuántas veces hemos escuchado eso de que no se deben de sacar fotografías con el sol de frente, es decir, a contraluz? Pues si queremos aportar un punto de vista distinto, que genera un efecto silueta, en que las formas se hacen inequívocas y reconocibles, con contornos bien definidos, es un recurso que podemos explorar.
De nuevo se trata de probar, de experimentar, de volver una y otra vez al mismo sitio para ver con tus propios ojos cómo los cambios en la posición del sol le afecta, buscando la hora adecuada, que será aquella en la que se den las condiciones lo más idóneas posibles para aquello que pretendemos transmitir.“De viaje solamente un necio se queja del mal tiempo”. Paul Theroux.
En un proceso en el que vamos añadiendo poco a poco piezas a un puzzle, con lo cual éste va ganando en complejidad, conviene no obsesionarse ni caer en el agobio de intentar tener todo bajo control, ya que es literalmente imposible. Las condiciones de iluminación son algo que puede estar fuera de nuestro dominio, a pesar de que en la fase de planificación hayamos hecho todo lo posible para reducir las posibilidades de que esto sea así.
Siento decirte que lo de llegar y besar el santo en términos fotográficos solo existe en el refranero popular y en la cabeza de aquellas personas que se creen que un fotógrafo es alguien que solo aprieta un botón. En pocas ocasiones vas a tener la suerte de llegar a un sitio y que se den las condiciones ideales para que tú solo tengas que hacer click. Basta un giro de última hora en las condiciones climatológicas para que todas nuestras previsiones y nuestros anhelos fotográficos y viajeros se puedan ir al traste.
En estas situaciones, a no ser que estés trabajando en un encargo en el que necesites unas condiciones específicas, conviene no caer en el drama y activar un plan B. Y este plan B pasa por dos alternativas. O bien, si dispongo de tiempo suficiente, esperar a que el tiempo cambie y se den las condiciones precisas para lo que estoy buscando. O bien, si no tengo ese tiempo, que seguramente sea nuestro caso, hacer de la necesidad virtud y tratar de sacar partido de esas “teóricas” malas situaciones.
Con esta última opción, probablemente no encuentres la imagen que llevabas en tu cabeza pero, a cambio, puede que obtengas otro punto de vista del lugar fotografiado fuera de lo común, más original, y alejado de los estereotipos que ibas buscando. Que tengas la “mala” suerte de que estés en el desierto el único día que allí llueve, puede que en el fondo no sea mala suerte, sino una bendición.
4.- Color vs blanco y negro
«¿Blanco y negro o color? Me lo pregunto todos los días de mi vida». David Alan Harvey.
En este cuarto paso no estoy tratando de involucrarte en un debate tramposo que trate de responder a otra estúpida pregunta del tipo a quién quieres más, si a papá o a mamá. Se puede (incluso debe) apreciar y practicar la fotografía en todas sus facetas, hacerlo por el mero hecho de experimentar y pasarlo bien.
No obstante, conviene recordar que estamos construyendo una guía, una modesta hoja de ruta que nos sirva de faro tanto en el plano fotográfico como viajero. En este sentido, hablamos una vez más de conocer las herramientas que, en función de su uso, nos pueden ayudar a transmitir un mensaje. En ese trayecto, toda decisión que adoptemos a priori nos va a facilitar el trabajo, ya que estaremos más enfocados en el resultado que en el medio.
Eso no quiere decir que dichas decisiones sean absolutas e irreversibles, más bien al contrario (ahí está la cita de Alan Harvey), pero sí nos van a ayudar a transitar el camino con una mayor fiabilidad y determinación. Se trata de nuevo de ser conscientes de que, al igual que todas las herramientas que hemos visto hasta ahora, la fotografía en color y la fotografía en blanco y negro, manejan códigos a priori diferentes que lanzan mensajes distintos. Si somos capaces de responder a esta pregunta de antemano tendremos mucho camino andado. De nuevo tenemos que plantearnos qué buscamos y qué podemos conseguir con ambos códigos.
“El blanco y negro son los colores de la fotografía. Para mí simbolizan las alternativas de esperanza y desesperación a las que la humanidad está sometida para siempre”. Robert Frank.
Hasta bien entrado el siglo XX, y en algunos círculos sigue siendo así, no eras un fotógrafo serio si no fotografiabas en blanco y negro. Las primeras grandes imágenes y los trabajos de los primeros grandes maestros fueron en blanco y negro, con lo que se fue generando un imaginario colectivo, un “modus operandi”, en el que se identifica este tipo de fotografías con los fotógrafos “de verdad”, los auténticos “artistas”.
Las fotografías en blanco y negro son imágenes con una menor variedad cromática lo cual, en principio, puede ser un modo más adecuado para llamar la atención sobre el mensaje que transmitimos, ya que no existen las interferencias ni las distracciones que puede aportar una paleta de colores distintos dentro de una toma.
Esta ausencia de estímulos hace que sean imágenes teóricamente (y reincido en el teóricamente) más simples, entendiendo como simples que son más sencillas de interpretar para el lector, nunca simples como más fáciles de tomar. Al trabajar con menos variables nos focalizan en su contenido únicamente a través de líneas, curvas, texturas ó expresiones, lejos de las interferencias que suponen los colores para nuestro cerebro.
Adicionalmente las fotografías en blanco y negro se suelen asociar con universos y discursos más imaginativos, misteriosos, casi poéticos, lo cual es en sí mismo un arma de doble filo en el cual nuestro mensaje puede morir presa del medio.
En mi caso particular más del 90% de mis imágenes son en color, por la sencilla razón de que es como yo veo el mundo y mi capacidad de asbtracción en casi nula. Eso no quiere decir que no fotografíe en blanco y negro, pero sí trato de que sea un decisión adoptada a priori antes de disparar, tratando de huir del “pásalo a blanco y negro” en la pantalla del ordenador con una fotografía que no funciona.
En esta decisión suele tener bastante peso el tipo de luz que me encuentro cuando salgo a fotografiar, más que la búsqueda de un discurso afín a este acabado. Entornos con luces duras, con un amplio rango dinámico, o cuando hay un contraluz, encajan en mi visión fotográfica en blanco y negro. En otras ocasiones, las razones son tan prosaicas como que en el momento que veo la fotografía solo estoy con mi cámara de carrete cargada con película monocromo.
«Cuando veo una masa de color se me ponen tiesas las orejas; sé que el éxito de cualquier fotografía que haga, independientemente del motivo sobre el que esté trabajando, va a depender de cómo utilice ese color en la construcción de la imagen». Cristóbal Hara.
El color comunica, enamora, capta nuestra atención y estimula, pero también distrae y puede jugarnos malas pasadas. Si fotografiamos en color estamos poniendo muchas cartas encima de la mesa y, de cómo las juguemos, va a depender que la partida resulte a nuestro favor o que se acabe volviendo en nuestra contra.
El color de la luz (luces cálidas y frías), los atributos propios de cada color (saturación, tono y luminosidad), las relaciones que se pueden establecer entre distintos colores (afines y complementarios), las implicaciones psicológicas que tienen los diferentes colores (serenidad, energía, pasión etc), o el simple hecho de que no todos percibamos los colores de igual modo (sí, las personas daltónicas también ven fotografías), nos van enfrentando a muchas variables y podemos ir directos al naufragio si no disponemos de un buen salvavidas.
No se trata de abordar aquí todo lo relacionado con la teoría del color. Es un mundo demasiado complejo, en el que yo sigo fracasando habitualmente, como para sintetizarlo en apenas unas líneas. Son infinitos los recursos bibliográficos y también los que existen en la red, que te invito a explorar poco a poco. Pero en esta hoja de ruta, sobre todo si estamos dando nuestros primeros pasos, conviene tener en cuenta una serie de consejos que deberían ir en nuestra mochila si nos decantamos por fotografiar en color.
Ante tesituras aparentemente complejas como esta, conviene actuar con disciplina y un buen consejo es simplificar (ya sabes, menos es más). Cuantos más colores introduzca en mi fotografía más fácil es que el lector se pierda en su lectura y, por el contrario, cuanto más “sencilla” es una foto a nivel de color, más sencilla será de leer.
Podemos comenzar a jugar con combinaciones de pocos colores (dos colores es suficiente), buscando relaciones entre ellos en función de si son afines (cercanos en el círculo cromático) o complementarios (enfrentados en el círculo cromático). Los colores neutros (gris, marrón, ocre…) siempre son un buen complemento para acabar de cerrar nuestras imagen. En uno y otro caso, debemos saber qué mensaje estamos lanzando a nuestro espectador y ser coherente con las herramientas que utilizo para ello.
Y si todo esto te resulta demasiado académico y ortodoxo, simplemente disfruta del trabajo de grandes maestros de la fotografía, como Steve McCurry, José Manuel Navia o Alex Webb, que han recorrido el mundo fotografiando en color. No encontrarás mejor guía pedagógica que esa.
5.- Busca el premio gordo
“La fotografía es, en un mismo instante, el reconocimiento simultáneo de la significación de un hecho y de la organización rigurosa de las formas percibidas visualmente que expresan y significan ese hecho». Henri Cartier-Bresson.
Todos queremos que nos toque la lotería. Esto trasladado a nuestro periplo fotográfico-viajero se traduce en conseguir esa “gran” foto con la que estemos satisfechos, si es que esto es medianamente posible. La buena noticia, es que aquí no estamos en manos del azar (o al menos no completamente) y que ya hemos empezado a identificar los primeros pasos que nos pueden conducir a buen puerto. En cambio, la mala noticia es que, como estamos viendo, conseguir esa “buena” imagen depende de numerosas variables y de resolver muchas tesituras.
La combinación de entorno interesante, composición, luz y color ó blanco y negro, son los elementos fundamentales para construir una aproximación primaria básica a lo que podemos entender como una “buena fotografía”. A medida que viajamos, que fotografiamos, que practicamos, que nos divertimos, que estudiamos, que nos frustramos, que fracasamos, vamos aumentando la capacidad de manejar estos elementos, mejorando así nuestros recursos para resolver estas situaciones, hasta el punto de automatizar muchas de ellas.
Es entonces cuando los aspectos técnicos pasan a un segundo plano y nos conducimos y nos centramos más en aspectos emocionales, en disfrutar la experiencia que tenemos delante de nuestros ojos en todo su esplendor. Es entonces cuando la cámara se convierte en el testigo de nuestra experiencia viajera y cuando estamos en disposición contar nuestro viaje de una forma personal, única e irrepetible.
Maravilla de texto! Una auténtica clase de fotografía, desde el conocimiento y la humildad. Estoy por ponerlo como lectura obligatoria a nis alumnos. Mi enhorabuena más sincera!
Gracias por duplicado Jorge. En primer lugar por tus palabras y en segundo lugar por creer que te puede ser útil para tus alumnos. Espero que la segunda parte la encuentres igual de interesante. Siéntete libre de usar ambas como mejor entiendas. Un abrazo!