Nápoles, puro realismo mágico


Hace unas semanas que acabo de llegar de Italia. Fue una escapada corta, de apenas una semana de duración, que me llevó por el norte del país, a la zona de Lombardía y el Véneto: Bérgamo, Sirmione, Verona… Un territorio en el que te espera el frío si vas en diciembre, pero también las calles y los estilismos elegantes, las mansiones, los coches de marca y las mascotas que superarían en nivel de vida a un tercio de la población mundial, sino más. Una zona donde impera el estilo y la idiosincrasia de un lugar que se sabe, y así lo transmite, a apenas un centenar de kilómetros de Liechtenstein, Suíza y Austria. La Europa civilizada. El primer mundo que le llaman.

Hace unas semanas que acabo de llegar de esa Italia del norte y, desde entonces, no he dejado de pensar en otra Italia, la que se extiende más allá de Roma, la Italia del sur y, más concretamente, en el lugar donde alcanza su síntesis más perfecta: Nápoles.

Vista de Nápoles con el Montse Vesubio al fondo

Creo que el ser humano tiende a moverse con comodidad en la dicotomía. Las clasificaciones categóricas nos ayudan a definirnos y nos generan una falsa sensación de seguridad. Blanco o negro. Madrid o Barcelona. Izquierda o derecha. Oasis o Blur. Con Nápoles tampoco existen los grises: o la amas o la odias.

En un mundo globalizado que tiende cada vez más a la uniformidad y a los lugares vacíos carentes de sentimiento, donde las experiencias viajeras se repiten como fotocopias con independencia del destino visitado, Nápoles es un reducto de resistencia, una suerte de oasis, un espacio de autenticidad en el que encontrarte de bruces con la vida en todo su esplendor. Sí, quizás no es la vida que habías soñado, pero es que la vida siempre te va, de una forma u otra, a sorprender y, sobre todo, a sobrepasar.

En Nápoles se agotan los adjetivos y las contradicciones alcanzan su máxima expresión. Desordenada, caótica, anárquica, sucia, ingobernable, genuina, canalla, descuidada, decadente, incomprendida, olvidada, volcánica, perturbadora… Pero también mágica, auténtica, intensa, desafiante, abrumadora, deliciosa, magnética, apasionante y apasionada. Para bien o para mal… inolvidable.

Fachadas con ropa colgada de los balcones en el barrio español de Nápoles. Puro realismo mágico.

Bajo el perfil imponente de un volcán, Nápoles le reza a San Genaro, al que obliga a justificarse con un milagro año tras año, pero por quien siente verdadera devoción es por otro dios, este profano, llamado Diego Armando Maradona. La ropa tendida en los balcones, que en cualquier otro lugar sería una atrocidad visual, en Nápoles es parte inherente a su paisaje urbano, como también lo son las calles estrechas, los gritos en los mercados y las fachadas desconchadas. 

La muerte en Nápoles es evocada en cualquier esquina en sus incontables altares religiosos, como un contrapunto más en una ciudad que si algo hace es respirar vitalidad por sus cuatro costados. En Napolés el café todavía sabe a café, la pizza todavía sabe a pizza, y el orden… bueno, el orden es un concepto relativo que alcanza su máxima expresión en las motos que avanzan serpenteantes montadas por jinetes sin casco. Pero hablar de orden no tiene sentido en un lugar cuya esencia y encanto es precisamente ese, no saber, o no querer, someterse a las normas.

Pero quizás quién mejor ha alcanzado a poner en palabras todo lo que significa la dimensión napolitana es mi admirado Dimitri Papanikas, el capitán de ese velero que cada domingo nos hace viajar y nos emociona, llamado Café del sur, en las ondas de Radio 3.

“Esta ciudad única en el mundo. Griega, romana, italiana… incluso latinoamericana. La única ciudad latinoamericana que no se encuentra en América Latina. Un lugar donde México lo encontramos bajo la puerta de tu casa, sin la necesidad de buscarlo. Una ciudad visceral, desordenada, enorme… en todos los sentidos, sobre todo metafórico. Un lugar especial que lo mezcla todo: los santos con los demonios, lo sagrado con lo profano, el arte popular con el clásico, el barroco con las calaveras y con las reliquias de los santos y de los mártires. Y todo eso condimentado con cuernos y pimientos para la buena suerte.

Una ciudad por mitad griega, por un cuarto El Cairo, por el otro Estambul, con algo de Buenos Aires, Bogotá y Ciudad de México también. Esa síntesis perfecta, ese lugar del alma que te atrapa y no te deja. Es un mundo subterráneo, rural a veces y, al mismo tiempo, de ciudad, con sus antiguas tradiciones folclóricas, populares. Nápoles es puro realismo mágico”.

Efectivamente amigo Dimitri, Nápoles es puro realismo mágico.

(Haz “click” aquí para ver la galería completa)

Motorista en Nápoles sin casco

*Tips extra:

  1. Una película: Fue la mano de Dios. El verdadero Dios napolitano, Paolo Sorrentino, usa su ciudad natal como telón de fondo para firmar su obra menos barroca pero más personal.
  2. Un programa de radio: pido perdón, no es un programa de radio, es EL PROGRAMA de radio. Dimitri Papanikas dirige y presente Café del sur en Radio 3 y, en varias ocasiones, ha desembarcado en Nápoles.
  3. Una canción: mejor dos para representar esa ambivalencia napolitana. De la vivacidad de Pink Martini en Una notte a Napoli, hasta la melancolía de Napule è de Pino Daniele.


Comments (2)

  1. Diego Jambrina

    Pues tengo que decir que yo no estoy entre quienes la aman ni entre quienes la odian. La verdad es que no sé dónde estoy. Tengo que hacer mi propio post para ordenar la cantidad de sentimientos enfrentados que me generó esta ciudad.

    Pero sí puedo adelantar que la cantidad de turismo que hay en ella desvirtúa demasiado la realidad, quitándole algo de magia. Algo que no ocurre, por ejemplo, en Venecia.

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    • Juan R. Pérez

      Es que, amigo Diego, tanto tú como yo sabemos que certezas pocas, y matices muchos.
      Deseando leer tu post y, sobre todo, ver tus fotos.
      Abrazo!

      Responder

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