Odio agosto


Sí, odio agosto. ¿Pero cómo puede ser que alguien con alma pretendidamente viajera pueda odiar el mes de vacaciones, planes y escapadas por excelencia? Pues precisamente por eso. Agosto se ha instalado en el imaginario colectivo popular como una meta a alcanzar a lo largo del resto del año, el punto donde el verano alcanza su máximo esplendor, sinónimo perfecto de vacaciones. De ahí precisamente su lado oscuro: calor sofocante, desplazamientos en masa, destinos atestados, precios por las nubes e invasión de terrazas, canciones denunciables y  portadas del Marca anunciando el enésimo no-fichaje del verano.

Pero viajar quizás nada tenga que ver con la extendida idea de playa, bronceador, mucho sol y un chiringuito con reservas infinitas de cerveza, idea que durante este mes alcanza su máxima expresión y lo paraliza todo. No, definitivamente viajar no es lo mismo que estar de vacaciones y agosto seguramente no sea el mejor mes ni para una cosa ni para la otra.

Retrato Sombra Atardecer Alentejo

No desesperéis. Como casi siempre ocurre, para todo hay una salida, una alternativa, aunque por el camino es inevitable que tus pasos se crucen con alguno de los efectos secundarios que conlleva viajar en este maldito mes. Esta mañana leía un artículo en prensa en el que un zamorano, Chema Devesa, afirmaba a través de un aforismo que “Zamora se salvará gracias a Portugal”. Yo soy más categórico que el propio Chema y me atrevería a  decir que España entera se salvará gracias a Portugal. A mí, particularmente, me salvó de un mes de agosto, el del año 2017.

El Alentejo es una región portuguesa que se presenta con franca sinceridad desde la propia raíz etimológica de su nombre, Além do Tejo, más allá del Tajo. Con una extensión de más de 20.000 kilométros cuadrados ocupa casi un tercio de toda la superficie del país, pero aglutina apenas el 7% de su población. Aunque tiene una franja costera más conocida por el gran público, es en el interior donde se respira su auténtica esencia y personalidad, porque si algo tienen estas tierras es personalidad, una personalidad forjada a lo largo de miles de años. Aquí el tiempo pasa lento, sucesivo, pero no lo hace en vano y ha ido dejando una estela que va desde la cultura megalítica hasta nuestros días, con numerosas huellas de las ocupaciones romana, visigoda, árabe, judía y cristiana.

Monsaraz en el Alentejo

Évora se constituye como el epicentro necesario en toda visita alentejana. Patrimonio de la humanidad desde 1986, quizás sea la localidad que mejor evidencia todas estas pisadas de tiempos anteriores. Aunque mantiene un marcado carácter agrícola, Évora se presenta más sofisticada al viajero que sus localidades vecinas, fruto quizás de su vida universitaria y de las múltiples posibilidades de ocio, gastronomía y cultura. Como bien dice José Saramago en su libro Viaje a Portugal “el viajero encuentra que tiene mucha suerte: alguien conquistó un buen lugar para erguir esta Évora, alguien la alzó, alguien la defendió, alguien luchó para que las cosas fueran así y no de otra manera, todo para que él pudiera regalarse aquí con artes y oficios”.

Templo de Diana en Évora

Pero la belleza y el interés alentejano no se agota en su capital. Elvas, Beja, Monsaraz, Estremoz, Castelo de Vide, Marvao… todo un rosario de localidades que, tanto en su conjunto, como por separado, pueden simbolizar el alma alentejana. Todos estos pueblos, de una aparente sencillez que no es tal, obedecen a la misma morfología: blancos, limpios, con una plaza principal alrededor de la cual se concentra la iglesia, el bar y los corrillos de vecinos alrededor de una taza de café o de una conversación cuando cae el sol. Y castillos, no hay pueblo alentejano, por pequeño que sea, sin su castillo. Las fortalezas, en diversos estados de conservación, son otro de los signos identitarios de estas tierras, que nos hablan de un pasado tenso y belicoso propio de toda zona fronteriza.

Fortaleza Juromenha. Alentejo.

El Alentejo se define también por su dualidad: intramuros, extramuros;  sol, sombra; llanura, montaña; tierra, agua; ocre, blanco. Ocre en sus extensiones de tierra de cereales, olivos y alcornoques y blanco impoluto en las construcciones de sus casas. Hay pueblecitos de casas blancas con raya azul y pueblecitos de casas blancas con raya ocre, pero la quietud es igual en todos, tanto en Serpa como en Borba, en Mértola o en Alvito.

“Yo creo que no hay vida aquí. Esto está tranquilo de más”. Así se expresa Joaquim, vecino de Mourao, con cierto aire de resignación, sin apenas levantar la vista de la partida de dominó que acapara toda su atención. Razón no le falta, la tranquilidad es otra de las señas características de estas tierras. A excepción de Évora, no es habitual ver turistas transitando sus estrechas callejuelas y eso es precisamente un extra que, en el mes más transitado del año, no hay dinero que lo pague.

Señores jugando dominó Mourao

Viajar al Alentejo tiene algo de mágico, pero también de irracional, especialmente en agosto, donde el sol y el calor convierten las solitarias calles en un horno perpetuo, y las casas cerradas a cal y canto, en el único refugio de ese infierno exterior. Nadie dijo que viajar fuera fácil. No obstante, éste no es si no otro de los rasgos característicos de una tierra que reúne todas las condiciones para convertirse en un codiciado destino pero que aún no lo es y que mantiene una modestia alejada de los egos hinchados de otros parajes.

“Esta zona tiene mucho potencial”, me dice en un parque un vecino de Beja que por unos instantes se convirtió en mi compañero de banco. Razón no le falta. A la riqueza cultural, patrimonial y paisajística, hay que unir cosas más mundanas como la gastronomía,  o una industria de relativa importancia que tiene en el vino, el aceite, el corcho y la cerámica sus motores principales.

Pero como siempre ocurre, la taimada realidad se empeña en dejar clara la diferencia entre el “ser” y el “deber ser” y el Alentejo afronta retos a corto y medio plazo que todos los que vivimos en una zona de interior conocemos bien. La despoblación, el envejecimiento y la falta de servicios constituyen un fantasmal círculo vicioso que amenaza este diamante en bruto. Su economía eminentemente agrícola, aunque es un rasgo identitario alentejano, junto con la globalización productiva, pueden ser los otros dos factores adicionales que den el estoque definitivo a la necesaria actividad que precisa esta región.

Cementerio nuevo de Aldeia da Luz al atardecer

Sí, odio agosto, pero qué no daría por estar ahora mismo bajo un sol de justicia redescubriendo esas tierras austeras y melancólicas, haciendo buenas las palabras de Saramago “hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje”. ¡Cuánta razón Don José!

(Haz “click” en la imagen para ver la galería completa).

Calle Blanca Alentejo

*Tips viajeros:

  1. El Alentejo debe de ser descubierto transitando sus largas y solitarias carreteras, por lo que es más que recomendable hacerlo disponiendo de vehículo propio. De quitado Évora, las conexiones en transporte público son casi inexistentes.
  2. La mejor guía de la región, y de todo el país, está referenciada en el artículo, Viaje a Portugal, de José Saramago. No se trata de una guía «al uso» sino más bien de un ensayo viajero en el que es una auténtica delicia recorrer el país vecino siguiendo la pluma del Premio Nóbel.
  3. El calor es un handicap si decides visitar el Alentejo en verano. Puede ser una buena idea alojarse en una de las muchas coquetas pousadas o albergues con piscina que hay a lo largo de la región para pasar allí las horas centrales del día y descubrir la zona en las horas de menos calor.
  4. Toma mucho café. Si la vida está en las cafeterías, en las de Portugal está el universo entero.


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