Todos los caminos conducen a Jamaa el Fna
Dicen que todos los caminos conducen a Roma. En Marrakech todos los caminos conducen a Jamaa el Fna. Vayas por dónde vayas en tu periplo por la ciudad marroquí, tus pasos, en un momento u otro, te conducirán a este enclave icónico.
Situada a la entrada de la Medina, Jemaa el Fna, Djemaa el Fna, Yamaa el Fna, Xemaa el Fna (allá cada uno con sus preferencias) es una explanada de perímetro irregular custodiada parcialmente en sus laterales por restaurantes, tiendas y hoteles, que no destaca precisamente por su belleza arquitectónica. Aún así es uno de esos lugares que el fotógrafo Gonzalo Azumendi denomina “lugares de energía”, sitios icónicos que tienen vida de por sí, en los que la propia actividad diaria se convierten en el mejor espectáculo posible.
Es sobre todo cuando cae la luz del sol y la oscuridad se apodera de toda su extensión, cuando la plaza alcanza todo su esplendor. Encantadores de serpientes, músicos bereveres, poetas lenguaraces, dentistas, vendedores de comida, embaucadores de medio pelo, contadores de historias… todos ellos conforman una galería de pintorescos personajes que, noche tras noche, colonizan la plaza.
Como si de un gigantesco escenario al aire libre se tratase, este estrafalario y caótico elenco se reúne para interpretar su función, una función que tiene lugar desde tiempos inmemoriales y cuya riqueza le ha valido la declaración de Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
De la mano del escritor Juan Goytisolo, devoto de este onírico espacio y gran valedor del reconocimiento de la Unesco, podemos recorrer literariamente esta atmósfera embriagante, este ágora casi mística: “…los oyentes forman semicírculos en torno al vendedor de sueños. Absorben sus frases con atención hipnótica, se abandonan de lleno al espectáculo de su variada, mimética actividad. Onomatopeya de cascos, rugido de fieras, chillido de sordos, falsete de viejos, vozarrón de gigantes, llanto de mujeres, susurro de enanos. A veces interrumpe la narración en su punto culminante y una expresión inquieta se pinta en los niños pasmados a la incierta luz del candil…”.
Más que visitar Jamaa el Fna es preciso abandonarse a ella. Es una plaza que se apodera de los sentidos a través una amalgama de sensaciones. Jamaa el Fna es luz, sombras, voces, aromas, sonidos, música, flirtreos, color y vida, sobre todo vida. Resulta paradójido como en la Asamblea de la Aniquilación, nombre al que responde etimológicamente, la vida se desarrolla y palpita con tanto brío y a la vez misterio. Más curioso y esperanzador resulta aún, como en plena era digital no es necesario internet, ni periódicos, ni radio, ni televisores, para estar al tanto de lo que el mundo puede ofrecernos.
Tip viajero: Jamaa el Fna puede resultar, como el resto de Marrakech, «intensa», sobre todo si eres turista. Es algo a tener en cuenta si decides sumergirte en ella, algo por otro lado completamente recomendable. El uso de unos auriculares, siempre desconectados para percibir todos los sonidos, puede ayudar a aislarse de tanto frenesí. También es buena idea tomar una consumición en alguna de las numerosas terrazas de los cafés que rodean la plaza. Te dará otra visión de este espacio, más alejada de tanto estímulo y a prueba de señuelos.
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